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Como era habitual en casa de María e Isidro, siempre había comida para los necesitados que a ellos acudían. En una ocasión, un pobre se acercó a pedirles comida y sabiendo que ya nada podía ofrecerle, le dijo a su esposa María, que le diera a ese hombre lo que había sobrado en el puchero. Ella le indicó que no quedaba nada, pero aún así Isidro le rogó que fuera a la olla. Obedeciendo al esposo fue, a sabiendas de que la había dejado vacía, y sin embargo, encontró sorprendida, que la olla rebosaba comida. María reconoció en su marido, a un santo.