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Un día Isidro dejó su borrico a la puerta de la iglesia y unas personas le interrumpieron en su oración, para avisarle de que un lobo se iba a comer a su borrico. El santo los tranquilizó diciéndoles que marcharan en paz y que se hiciera la voluntad de Dios. Al finalizar sus rezos y salir, encontraron al borrico ileso y al lobo a sus pies, muerto.